lunes, 14 de septiembre de 2009

Muñecas para niños (grandes)






Muñecas japonesas para jugar (no las niñas, por supuesto)
Detalle de preferencias pilosas (a elegir)



Cuando coloqué la foto de un prostíbulo japonés en mi post anterior, pensé que sería interesante explicar las características diferenciales de este tipo de negocios en Japón.

Debemos partir de la base de que la religión (o lo que sea) que se maneja en Japón, el Sintoísmo, no contempla el concepto de pecado, ni ve ningún impedimento para la práctica del sexo sin ataduras.

Con una larga tradición de interés de los hombres por las mujeres muy jóvenes, Japón es uno de los países con mayor cantidad de Web de pornografía infantil. Muchas niñas en edad escolar, de 12 años en adelante, se consideran afortunadas si consiguen un hombre mayor que colme sus caprichos (ropas de marca, maquillaje, perfume, etc) a cambio de concederles momentos de placer sexual. En 2003 estalló una especie de escándalo cuando se descubrió una red de adolescentes para ricos señores mayores, dirigida por un director de instituto escolar. Niñerías.

Existen tiendas de ‘fetiches’ para gente que gusta de estas cosas, y entre los productos más esperados están las braguitas de niña (sucias y olorosas, son envasadas al vacío), compresas o tampax usados. Las jovencitas acuden a las tiendas para cambiar sus deshechos por vales que les permiten acceder a calzado de marca o similares.
 

Las mujeres, en Japón, suelen tener ‘gancho’ hasta poco más de los 20 años. Después solamente sirven para el matrimonio, clásico, rito sintoísta, concertado por las familias. Las más cultas intentan estudiar en el extranjero, y mantienen una vivaz vida sexual hasta los 30 años más o menos. Si se casan en otros países, resultan normales en relación con las costumbres de su país de adopción. Pero, si se sienten japonesas de verdad, hacia la tercera decena dimiten de sus puestos en América o Europa, ponen fin a carreras profesionales brillantes, y vuelven a Japón para casarse con algún treintañero propuesto por sus padres. Las chicas ponen fin también a su vida sexual, en la mayor parte de los casos.

A los treinta y pico, las nenas ya no son deseadas. Pueden mantener su encanto aniñado, pero no pueden competir con la amplia oferta de niñas de verdad. La japonesa casada suele hacer el amor conyugal las dos o tres veces (en su vida)  que servirán para la procreación. Y se acabó. Intentad preguntar por estas cosas a vuestros amigos japoneses, y normalmente lo negarán con excusas. Si les habéis suministrado suficiente bebida espirituosa cantarán y explicarán detalles escabrosos. A las amigas japonesas no les preguntéis. Limitaros a follar cual conejos, que el fin del mundo está cerca.

Así como las esposas japonesas pasan a engrosar el infinito universo de esposas de todos los países expertas en masturbación, los hombres japoneses, dependiendo de sus capitales, siguen practicando el coito dos o tres veces por semana. Prostitutas por supuesto. Si el capital es de los que cotizan en bolsa, niñas de secundaria. Entre los 10 primeros de Forbes, Gehisas de verdad. Mínimo 6000 € la velada, más comida, bebida y local.

Las prostitutas comunes se agrupan en burdeles que más que casitas son barrios enteros con edificios descomunales semejando un complejo fabril o una zona comercial de extrarradio. Cada uno sabe en qué piso y habitación debe buscar su favorita, aunque puede escoger en los amplios y detallados catálogos de recepción. Como que la prostitución mercenaria, por dinero, está prohibida, el pagano debe acceder antes a las tiendas de la planta baja, que tienen un aire de listas de boda del Corte Inglés. Allí el cliente elige un regalo, paga, y le dan el vale que acredita que el regalo puede ser recogido.

Estos vales son los que se entregan a las asistentas tras el desahogo. Ellas suelen cambiarlos, a su vez, por dinero. Pero nadie puede decir que han follado por dinero. Si acaso por un minipimer, que, como ya tienen muchos, canjean por efectivo.

Algo similar pasa con el juego. Los japoneses incluyen muchos ludópatas del ‘pachinko’ un juego de tragaperras detestable en el que solamente interviene el azar. Se juega con bolas de acero, las cuales deben ser adquiridas e introducidas en la máquina para que lleguen a determinadas casillas. Los premios se pagan en más bolas. En los salones, las bolas ganadas pueden canjearse solamente por lápices de labios. Los buenos jugadores pueden perder miles de yen, o salir de allí con un cargamento de lápices labiales. Curiosamente, en el otro lado de la calle, se emplazan quioscos especiales donde, es curioso,  uno puede vender las barritas de colores y canjearlas por efectivo.

La hipocresía no es un bien exclusivo de los mandatarios barceloneses. Es preocupante la cantidad de turistas japoneses que se mueven por la ciudad condal. Dicen que adoran el estilo de Gaudí y el talante de los catalanes. ¡Dios nos asista!

 

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