viernes, 11 de septiembre de 2009

¿Profesión?


Estos días, en las tertulias barcelonesas, hay debates acerca de la posible legalización de la prostitución. Hay dos opciones mayoritarias:

1. No legalizar. Es la opción de los que se autodenominan 'progresistas', y añaden 'feministas' si son hembras. La prostitución es degradante 'per se' y no hay ninguna mujer que sea puta por gusto.

2. Legalizar. Parece una opción liberal. Cada cuál es libre de hacer lo que quiera con su cusale el dineroerpo. Suelen acompañar su opinión con el consejo de eliminar la oferta callejera y centrarla en burdeles. Las parecería bien que las chicas se autogestionasen y crearan cooperativas.

La opción '1' olvida que muchas putas lo son por necesidad. Los 'buenistas' dicen que deberían ser reeducadas, formadas con estudios y encauzadas hacia el trabajo honrado. Nunca explican de dónde sale el dinero. Tampoco suelen ofrecerse para acogerlas en sus casas mientras tanto.

La opción '2' es la típica de los que escurren el bulto y predican esconder los problemas y dejar pasar el tiempo.Ninguno explica cómo se evitan los chulos y las mafias que monopolizan el negocio.

Voy a ofrecer una opción '3', de mi cosecha. Tiene costes y riesgos. No es a corto plazo sino a unos tres o cuatro años. Se auto financia. Crea muchos nuevos puestos de trabajo. Tiene abundantes opciones para contentar a todos.

Mañana se lo explico.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El tiempo no pasa en balde... o sí.



En septiembre de 2001 escribí esta entrada para mi blog de entonces. ¿Les suena a antiguo?  ¿Ha envejecido?

Lo inspiró una noticia acerca de que las prostitutas negras ocupaban nueve quilómetros de aceras en Barcelona,

Benditas cuantificaciones. Nueve quilómetros de aceras. ¿Se habrán cuantificado también las horas de actividad sexual por día? ¿Los litros de semen desocupado? Decenas de africanas se instalan en nuevas vías y toman de noche el paseo central de la Rambla. La policía sospecha de la presencia de menores y el Ayuntamiento teme el contagio de infecciones. Desde el pasado otoño se produjo una súbita llegada de jóvenes subsaharianas.

A partir de aquella fecha, el desembarco ya no ha cesado de modo que han terminado por ocupar zonas hasta hace poco despejadas, como los alrededores del Hotel Juan Carlos I, y se han extendido, como una mancha de aceite, en otras zonas, por ejemplo las inmediaciones del parque de la Ciutadella.

Esto de “subsaharianas” es un eufemismo geográfico que evita llamarlas negras, o negritas, lo que provocaría que fuésemos etiquetados de racistas. Hay que ser respetuosos con la dignidad de las personas, y no hacer distingos por sexo, color de la piel. raza o religión. Todo lo más, se permiten distingos gentilicios. En Estambul, por ejemplo, a las prostitutas se las llama, genéricamente, rusas. Lo mismo se hace en Budapest, a pesar de que una mayoría de las rusas húngaras son polacas.

Las negritas que esparcen generosamente el SIDA en las ramblas barcelonesas empezaron a aparecer hacia septiembre de 2000, sin que quede muy claro de dónde venían ni a través de qué medios. Al parecer no se ha detectado la presencia de proxenetas, por lo que las autoridades suponen que trabajan por libre.

Han tomado la parte central de las Ramblas y se ofrecen de forma muy explícita y agresiva a cuanto varón advierten como posible cliente. Son más de cincuenta y sus rostros delatan una notable juventud. Miembros del cuerpo de Mossos de escuadra, la policía catalana, lograron llevar una de estas morenitas al Hospital Clínico donde los médicos, aparte de otros análisis no menos pertinentes, radiografiaron los huesos de sus muñecas para determinar la posible edad. Dedujeron que estaba entre los 16 y los 18, pero la niña aseguraba pasar de los 18 y, ante la ausencia de papeles acreditativos, tuvieron que dejarla marchar en espera de provisiones judiciales.

Estas prietitas subsaharianas parecen entrar en el tronco de las Izas, según la terminología clásica rescatada por Camilo José Cela. Un curioso libro suyo lleva por título: “Izas, rabizas, colipoterras, purgamanderas y putarazanas”. Alude a los calificativos de las prostitutas, con relación a su antigüedad en el oficio. Izas, aféresis de primerizas, eran las más jóvenes. Putarazanas eran las veteranas, decanas con muchos coitos mercenarios sobre sus espaldas, es un decir.

Las subsaharianas son una inyección de sangre nueva para la bien surtida congregación de prostitutas ejerciendo en Barcelona. Nuestra ciudad parece tener el dudoso honor de ser la urbe con la mayor proporción de actos sexuales mercenarios por habitante. Muchos de los periódicos diarios, aún los más serios, incluyen varias páginas dedicadas a los anuncios de prostitución, con profusión de fotos y sugerencias ocultas tras la curiosa jerga de lo sicalíptico. Lluvias de colores y ósculos carentes de color alternan con edictos acerca de nacionalidades (la griega y la francesa son muy apreciadas) y admoniciones acerca de que ciertos servicios se perpetran a pelo.

En comparación con estas delicias del marketing, la acometividad salvaje de las subsaharianas, palpando por la brava la entrepierna de los paseantes, se nos antoja primitiva y algo patética. Se corre el riesgo de provocar el infarto a más de un provecto viandante que, ignorando la novedad, fuera a comprar unas flores a los puestos cercanos y se viera, de improviso, atacado por una negrita que agarrara su hernia inguinal al tiempo que profería palabras malsonantes (“Tu follar. Tú grande pollo. Yo comerte titola”) de difícil comprensión para un señor respetable.

El peatón puede pensar que la negrita es antropófaga, y que, hambrienta y abalanzada, va a hincarle el diente en plena Rambla de las Flores. El susto no se lo quita nadie. Suerte que, para desengrasar, y aprovechando su aturdimiento, será fácilmente atacado por alguna banda de niños magrebíes, de las que también abundan en las Ramblas. Los infantes, protegidos por toda clase de ONG y sistemáticamente puestos en libertad por cuanto juez presume de trabajar en Barcelona, le darán al viajero una tunda de palos y le despojarán de cuanto de valor pueda poseer. Como no tienen prisa, le registrarán cuidadosamente (mientras los demás transeúntes se apartan y huyen a la carrera) y, con un poco de suerte, hasta le quitarán la hernia inguinal.

Las prostitutas negras, perdón subsaharianas, y los niños moros, perdón, magrebíes, se insultan entre ellos, pero, al fin y al cabo, perros de similares camadas, no se llegan a morder. La prostitución callejera, al menos, tiene la alternativa de la prostitución de salón, anunciada además en la prensa diaria. ¿No podrían propiciarse locales similares para los rateros, tironeros y descuideros?

Si las prostitutas llenan dos páginas, estos podrían ocupar todo un cuadernillo. También por especialidades: carteristas colombianos, descuideras peruanas, asesinos moldavos... Los clientes en busca de emociones podrían acudir, con la ventaja añadida de que no se verían en la tesitura de quedar contagiados del Sida, como es preceptivo en las "casas de masajes". Saldrían con un mal sabor de boca, tal y como sucede tras los coitos mercenarios, o tras cualquier coito al decir de los clásicos (omne animal post coitum est triste: todo animal está triste tras el coito), pero sin temor a que la familia les descubra por el olor.

También les habrán aligerado del dinero, pero, al menos, no habrán tenido que pasearse por la Rambla y sus aledaños (geniales los descuideros de la calle Pelayo) ni soportar las palomas de la Plaza de Cataluña, las que quedan, tras haber sido tomada la plaza por legiones de subsaharianos, varones, que viven y pernoctan en ella y que compiten con los niños por las palomas. Los niños las alimentan con cañamones y los subsaharianos las degluten tras asarlas en las hogueras que apañan con los bancos de los jardines.

La cosmopolita Barcelona, ciudad de acogida, y yo en su nombre, da la bienvenida a prostitutas, maleantes, gentes de colorines e incautos que a ella se acerquen.

Prostitución reconsagrada

Fotografías de Juan Colom, Barrio Chino, 1960

Cada día aparecen nuevas noticias. Hace tres días, el alcalde Hereu se mostraba contrario a crear 'barrios rojos' en Barcelona. Recalcó que en su barrio, él no lo permitiría. En cambio ayer dicen que dijo que tendrían que ser tolerantes con los 'meublés' del Raval.

Cuando yo ¡ay! era joven, el Raval se llamaba 'barrio chino' y estaba lleno de meublés y de bares con sus respetables putas. Nada de prostitutas, putas. En la calle Robador, la auténtica central lechera del 'chino', locales como 'El Clavel' o 'La Virgen del Rosario' alternaban con las tiendecitas de 'gomas y lavajes' donde se dispensaban condones y se irrigaban las uretras escocidas de los clientes gonorreicos. Los lavajes preventivos se efectuaban tras el traqueteo. Los presuntos sifilíticos eran sometidos al envenenamiento mercurial con 'Salvarsán' . Los más escacharrados, a los médicos especialistas en 'Piel y venéreas' que también solían tener consultorios en las respetables inmediaciones.

Las chicas se arrendaban en los bares, el arreglo era inmediato: "¿Cuánto?" "Tanto" "Vale" "Vamos". Se salía y, en las escaleras colindantes, se subía hasta el piso con habitaciones que se rentaban por minutos. Sábanas dudosas, y un bidé donde las señoras lavaban la picha de los puteros con jabón de coco, de pastilla, al tiempo que la escurrían un poco para detectar la posible presencia de la gota de pus que delataba la infección por el gonococo; 'purgaciones' se le llamaba a la invalidante afección. Si salía la gota, a la calle con requiebros. Si no, al desaliñado jergón.

Las chicas ni se desvestían, se limitaban a arremangarse. No fingían aspavientos, antes bien daban prisa. Cuando el panoli descargaba, aire. Y a otra cosa.

Los meublés del 'chino' fueron envejeciendo y degradándose. Unos cerraron. Otros fueron eliminados en aras de la sanidad. Hace unos meses cerraron los pocos que todavía quedaban abiertos en la calle Robador, y en los que solamente oficiaban algunas venerables ancianas que combinaban el puteo más arrastrado con la pobreza de pedir. Sus clientes, mendigos de la misma ralea que sus Julietas.

La verdad es que pocas personas en su sano juicio se aventuran en el Raval, más que los que se ven obligados: inmigrantes que lo habitan en su gran mayoría, y que evitan los senderos tomados por los narcotraficantes, los matones a sueldo y los niños moros de la calle (los más peligrosos de todos ellos). También deben arriesgarse los habitantes ancianos de los ruinosos edificios, y que no tienen más remedio que sobrevivir bajo mínimos, esperando que nadie les ataque para robarles o que, si les atacan, no les dejen malheridos, al menos que les maten. Los habitantes de los nuevos pisos rehabilitados los van abandonando. Los clientes de los hoteles, cambian las reservas a paso veloz.

Ahora parece que el alcalde acepta mostrarse comprensivo con la apertura de pensiones tolerantes en el Raval, creo que él no vive allí. No creo que degraden el barrio, quizá le ennoblezcan.

Será imprescindible establecer somatenes o 'rondas' de voluntarios para acompañar a los puteros y sus proveedoras de servicios desde las Ramblas hasta los sórdidos habitáculos. Armados hasta los dientes, por supuesto. No creo que la Urbana o los 'Mossos' vayan a oficiar de carabinas o de niñeras, aparte de que a muchos clientes no se les empinaría el alijo si tuvieran que gestionar con los monillos (la pasma, dicen por ahí) para que les llevaran de la mano hasta el catre.

Veremos como acaba esta historia. La hipocresía sigue siendo el hielo que evita la putrefacción social. A lo mejor Hereu corta las cintas para inaugurar el reinstaurado barrio Chino.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Exhibiciones



El Alcalde de Barcelona ha añadido su voz a las muchas que claman delante del Ayuntamiento exigiendo que alguien haga algo. Experto en tocar el violín asegura que él solo pasaba por allí, y que ya hace tiempo que está preocupado por tanta puta callejera. Dice que, mientras los legisladores no hagan una ley que le permita exterminarlas, no puede hacer nada.

Me extrañan estas cosas. En Sitges hay una ordenanza municipal que pena ir por la calle con el torso a la fresca. Hay unos urbanos dedicados a advertir a los acalorados, y a multarles si se niegan a taparse.

En Barcelona, en cambio, se sigue la estricta letra del código penal. Según éste, la exhibición impúdica, aún de las pudendas partes, no es motivo de pena a menos que se acompañe de 'escándalo público' lo que exige la presencia de niños o disminuídos psíquicos y el ánimo de escandalizar.

O sea que, si no hay niños ni retrasados, puede usted enseñar sus pertrechos o pasear en pelotas por la ciudad condal. Circulan por Barcelona tres o cuatro fanfarrones adictos al paseo a pelo, por las calles del centro. Ignoro si se trata de un hobby, una provocación o una promesa a la Virgen. Uno de ellos, el más conspicuo en enseñanza, exhibe un pedazo de mostrenco pródigo en largueza y envergadura que pendulea al ritmo de su marcha, la cual oscila del paso al trote cochinero. A veces se cruza con niños, pero no sé de ninguna controversia, acaso porque no se queda quieto en ningún sitio ni se soba el solomillo en aras de engrandecerlo o solazarlo.

Otro naturista se pasea en bicicleta por la Diagonal. A veces es denostado por personas pacatas que salen de alguna misa (hay más de un convento en la Diagonal), y ha llegado a intervenir la Urbana para protegerle de algún paraguazo impartido por beatas airadas. Sospecho que en el pecado va la penitencia, pues no debe de ser bueno esto de andar pedaleando con los cataplines fregando el sillín de la bicicleta.

La crisis ha traído otros vicios públicos. Los indigentes barceloneses, algunos de ellos, se almacenaban en pisos-patera donde cincuenta o más atorrantes podían acoplar sus huesos en habitaciones con ocho metros cuadrados de ruina pura. Ahora no pueden pagar la exigua renta, aparte de que ha aumentado el número de ellos. Esa coyuntura atasca los albergues municipales, donde ya no duchan a los aspirantes, se limitan a lavarles los pies (hay que ahorrar). Los sin techo han pasado a dormir en los parques públicos, aunque no de noche. La oscuridad es peligrosa y, en ese submundo, se mata por unos zapatos o por una botella de vino.

O sea que duermen de día, y deponen sus defecaciones y orines en la zona de juegos para niños (no sin competir con los perros cuyos dueños les pasean, de preferencia, en las zonas donde se prohibe la entrada canina). Muestran sus penurias y guarradas en las escasas zonas verdes.

Los niños ya no van a los parques, salvo los de familias en riesgo de exclusión social, las cuales ni perciben el hedor de estas miserias. Anteayer me informó una de mis colaboradoras del estupor de uno de sus conocidos, vecino de la Catedral del Mar, que se topó a las 8 de la mañana con dos mendigos borrachos, uno masturbándose y el otro ayudándole con la boca, entrambos en pleno paseo del Borne, cabe a la Basílica. El Borne es otra zona de la ciudad antigua que, junto con el Raval, ha gozado de la atracción presuntuosa que, desde las jodidas olimpiadas del 92, le clavaron las municipalidades empeñadas en fingir que la ciudad sería capital mundial del diseño pijoprogre, insustancial y antipragmático.

Barcelona, capital de la modernidad, de la inoperancia administrativa y récord Guiness de meadas por centímetro cúbico. Ahora, meca del exhibicionismo mugriento. El Alcalde, récord Guiness del desahogo, chilla contra no se sabe quién.

Siguen las exhibiciones y alardes policiales en las Ramblas, todavía.