martes, 29 de septiembre de 2009

Barcelona de noche


Estatua humana (o no)

Tras el fracaso de la cena en la terraza de las ramblas, nos adentramos en el Raval. Camino expedito: calle del Hospital hasta legar a un portal que nos  lleva hasta la de San Rafael. Casa Leopoldo. Poca coña.Yo ya iba allí en la década de los cuarenta. Leopoldo, entendió lo que gustaba de comer a la gente desde 1929. Menú económico al mediodía, pescado y marisco por la noche. En temporada de Liceo (a cuatro pasos) lleno diario de gentes de esmoking pelando langostas con las manos. Raciones asesinas. Calidad suprema de las piezas.

Luego lo llevó Germán, el hijo. "El Exquisito" fue su mote taurino. Ahora la nieta, "la nena". Rosa Gil. Casa Leopoldo es el lugar sagrado de cierta intelectualidad, Vázquez Montalbán el más entrañable. Terenci Moix, el icono gamberro y mal pagador.

Bin y Viggo dicen que no haya cerdo en la comida. Les explico que hasta el jamón es de pescado, y se lo comen tranquilos. Unas gambitas (más de cien), lubina al horno y rabo de toro. Postre, helados. con frutas en almíbar. Te frío para todos (Albariño). Robert nos viene a buscar a la puerta con el coche, y paseamos por las callejas del Raval (ventanillas subidas, el coche blindado) entre vagos, maleantes, narcotraficantes y escoria no filiada.

Parada cerca de la estatua de Colón. Paseo desde la parte  baja de las Ramblas hasta la plaza Real. Decenas de negritas proponiéndonos toda clase de manualidades y oralidades. Algunas levantan su minifalda  y predican en chino ("Chochín,  chochín"). Hablo con ellas para valorar la (maloliente) oferta. Bajan hasta 10 euros al entrever desinterés. Al fin dicen que les llevemos a un bar y les paguemos un bocadillo. Quieren hacernos unas pajas en el bar para darnos las gracias. Les digo que no se molesten, que ya nos las haremos nosotros, que estamos acostumbrados. Al salir del bar vienen chicas rubias y de ojos azules. Rusas, dice Viggo. En realidad son búlgaras, rumanas  y macedonias. Rusas, sigue diciendo Viggo. Para él todas las putas rubias son Rusas. Y lo recíproco también.

De cerca acechan los rufianes. Rumanos y albaneses. Robert les vigila desde una distancia prudente. Hablo con ellos de forma educada. no sin advertirles que Robert es un sanguinario caníbal ucraniano y que será mejor no abrirle el apetito. Robert entreabre la gabardina y deja ver un lanzagranadas cebado. Los proxenetas se miran entre ellos y declinan cualquier acción. Caminamos entre ellos y ellas. Buen rollo aparente. Plaza Real. Moritos lateros, menos peligrosos que los tironeros pero más pertinaces. Turistas meando en las paredes. Moritos vendiendo costo. Borrachos comprando de todo y meando sin mirar. Uno de ellos moja a Viggo. Robert le agarra por el pito, se lo tuerce y dirige el chorro hacia su propia boca. Está tan borracho que no atina a parar. Luego Robert le arrastra  hacia los contenedores de basura (todavía teniéndole la chorra) y lo tira donde los restos orgánicos. Nos vamos, que el ambiente está cargado.

Coche, Ramblas arriba. Robert no se pueede contener y dispara una granada hueca por la ventanilla. La fuente de Canaletas a tomar por el saco. Habitual en nuestra ciudad. La destrozan cada vez que gana el Barça. Bin se adormece. Demasiado te. Vamos al Claris. Le llevamos a la habitación y se pelea con la momia. Robert le da unos toques en la cabeza con un escriba sedente, lo que le aplaca. Luego lo mete en la cama. Mañana será otro día e iremos al Camp Nou.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Amigos en Barcelona


Sensacional. Viggo y Bin (le llamo así para no despertar alarmas en los buscadores de líos) han venido a Barcelona. Número de circo en el aeropuerto. Tengo un íntimo amigo, mando de la guardia civil, al que pedí que les fueran a buscar al avión, aún en la pista, y les escoltasen hasta la sala VIP para encontrarnos. La entrada triunfal de los guardias en el aparato con un cartel en el que constaba solamente el nombre de Viggo causó conmoción. Bin, educado, adelantó las muñecas para el espose. Los guardias, pensando que era un saludo regional, también le alargaron las muñecas antes de cuadrarse y saludar a lo militar. Les llevaron al coche oficial, donde les esperaba el mando, quien los saludó de mi parte y los acompañó a la terminal. Robert, el armenio, fue con ellos. Simpatizó con el guardia, y le contó sus antecedentes como mando en el ejército Rojo. Quedaron en verse.

Sala VIP. Viggo y Bin, aún conmocionados por la visión de los tricornios, se desploman en un sillón y tengo que facilitarles oxígeno. Aclaramos el entuerto, y me insultan gravemente. Tras el tercer lingotazo de oxígeno se calman. Bin tomó un coñac pensando que era te de manzana. No le saqué del error. Viggo, cuatro tes.

Coche negro, discreto, Robert conduce. Los guardias nos traen las maletas que ellos mismos han rescatado del habitual pandemonium. Hay una de más, que han cogido por si acaso y porque les ha parecido muy bonita. Nos dirigimos al Hotel Claris, a dos pasos de mi casa, y  que pertenece a un empresario coleccionista de obras de arte del antiguo Egipto. Estatuas y momias (auténticas) en cada suite. Originales de Andy Warhol en el bar. Conserjes negros de uniforme victoriano.

Tiempo de descanso. Salida para comer. Ropa de camuflaje. Viggo y Bin, de turistas yanquis. Pantalones cortos y arrugados, camisa tipo mambo y gorrita de bofetón.  Tapas selectas en el Paseo de Gracia. Cerveza para todos (que Bin confunde con te chino). Precios de escándalo. Cada jarra 10 €. Camareros desagradables. Tapas desangeladas. Barcelona, al fin y al cabo.

Primera visita, casa Batlló y casa Amatller. Una de Gaudí y otra de Puig i Cadafalch. Viggo se interesa por el precio, quiere montar delegación en Barcelona. Bin dice que ha estado en jaimas más bonitas.

Luego Sagrada Familia. Viggo y Bin preguntan si los japoneses viven allí, por la cantidad que llega a haber. Les cuento que son los que la financian. Al final, quizá, la llevarán a Japón. Bin analiza cuidadosamente cuántos aviones serían necesarios para demolerla. Le explico que están construyendo el túnel del AVE a dos metros de los cimientos. Que espere unos meses y será demolida por mor de la incuria municipal. Quiere conocer al alcalde para abrazarle. Viggo no entiende por qué hacen el tunel por el camino más recto, que es el que menos comisiones dará a los munícipes corruptos. Sospecha (Dios no lo permita) que son honestos. Le recuerdo que la incompetencia es más poderosa que el cohecho. Se hace cruces, bueno, medias lunas.

Bus turístico. Terraza del bus. Sol de justicia. Llegamos al Parque Güell  sudorosos. Ochenta por ciento de humedad; Bin prefiere el desierto. Robert nos ha seguido en el coche negro, con aire. Nos metemos dentro a reponernos. Parque, saludo al dragón policromado que lo cela. Lástima, hoy no hay bárbaros dándole martillazos. Solamente japoneses haciendo fotos. Pasillos de estalagmitas, columnas sosteniendo una plaza bordeada de cerámica rota y vuelta a pegar. Bin agradece la ausencia de figuras humanas. El dragón no cuenta.

Coche negro. Vamos al teatro antes de cenar. "Circo de los Horrores". Viggo enardecido, vitorea a los vampiros. Bin escondido debajo de la butaca, muerto de miedo. Robert, disimuladamente, desde la última fila va matando actores que le parecen sospechosos. Arma corta, computadorizada y silenciosa, con apariencia de bollicao. Dispara mini cápsulas con escopolamina. Nos vamos cuando el elenco va menguando y antes de que descubran los orificios de los balines.

Ramblas. Estatuas humanas con pinta de deshechos de un psiquiátrico muy perverso. Debo ponerme serio con Robert, que ha degollado a dos que le parecieron especialmente repulsivas. Viggo se encara con una estatua de Putin y le habla en ruso. Putin le pide un euro, si no, no habla. Robert le agarra de un dedo y le hace hablar a voces. La gente aplaude y da euros a Robert. El armenio sostiene que por cien euros le degüella en público. Me los llevo de allí antes de acabar la animada colecta, que recoge Putin como puede y huye despavorido.

Vienen los niños magrebíes y quieren arrancar la mariconera de Robert. Tres golpes de karate (o así)  antes de que Bin imponga paz, riña a Robert por su furia, levante a los niños del suelo y les hable en árabe de lo grande que es Dios. Un niño le da una patada en los huevos antes de huir. Robert, un poco picado por la regañina, le dice a Bin que nada sucede sin que Dios no lo permita. Viggo impone su autoridad y propone un te de menta en una de las mesitas que los bares instalan en el paseo central de Las Ramblas. Bin, un poco encogido,  acepta sorprendido con la variedad de tes que hay en Barcelona.

Lo mismo que en el Paseo de Gracia, pero más arrabalero. Consumición mínima una paella  y cañita de cerveza.  (58 euros cada uno).  Protestamos firmemente y nos mandan unos matones albano-kosovares. Robert, que es más bien bajito, por cierto, les quita las armas sin despeinarse y les amansa con unos golpes certeramente aplicados con la paella del arroz. El camarero, lívido, pregunta si aceptaríamos un descuento. Demasiado tarde, dice Robert antes de hacerle comer la paella (la pieza de hierro, no el arroz que es incomible).

Mañana les contaré nuestras andanzas con las putitas negras, con unas rumanas y sus rufianes, y nuestra visita al museo del Barça.