jueves, 10 de septiembre de 2009

El tiempo no pasa en balde... o sí.



En septiembre de 2001 escribí esta entrada para mi blog de entonces. ¿Les suena a antiguo?  ¿Ha envejecido?

Lo inspiró una noticia acerca de que las prostitutas negras ocupaban nueve quilómetros de aceras en Barcelona,

Benditas cuantificaciones. Nueve quilómetros de aceras. ¿Se habrán cuantificado también las horas de actividad sexual por día? ¿Los litros de semen desocupado? Decenas de africanas se instalan en nuevas vías y toman de noche el paseo central de la Rambla. La policía sospecha de la presencia de menores y el Ayuntamiento teme el contagio de infecciones. Desde el pasado otoño se produjo una súbita llegada de jóvenes subsaharianas.

A partir de aquella fecha, el desembarco ya no ha cesado de modo que han terminado por ocupar zonas hasta hace poco despejadas, como los alrededores del Hotel Juan Carlos I, y se han extendido, como una mancha de aceite, en otras zonas, por ejemplo las inmediaciones del parque de la Ciutadella.

Esto de “subsaharianas” es un eufemismo geográfico que evita llamarlas negras, o negritas, lo que provocaría que fuésemos etiquetados de racistas. Hay que ser respetuosos con la dignidad de las personas, y no hacer distingos por sexo, color de la piel. raza o religión. Todo lo más, se permiten distingos gentilicios. En Estambul, por ejemplo, a las prostitutas se las llama, genéricamente, rusas. Lo mismo se hace en Budapest, a pesar de que una mayoría de las rusas húngaras son polacas.

Las negritas que esparcen generosamente el SIDA en las ramblas barcelonesas empezaron a aparecer hacia septiembre de 2000, sin que quede muy claro de dónde venían ni a través de qué medios. Al parecer no se ha detectado la presencia de proxenetas, por lo que las autoridades suponen que trabajan por libre.

Han tomado la parte central de las Ramblas y se ofrecen de forma muy explícita y agresiva a cuanto varón advierten como posible cliente. Son más de cincuenta y sus rostros delatan una notable juventud. Miembros del cuerpo de Mossos de escuadra, la policía catalana, lograron llevar una de estas morenitas al Hospital Clínico donde los médicos, aparte de otros análisis no menos pertinentes, radiografiaron los huesos de sus muñecas para determinar la posible edad. Dedujeron que estaba entre los 16 y los 18, pero la niña aseguraba pasar de los 18 y, ante la ausencia de papeles acreditativos, tuvieron que dejarla marchar en espera de provisiones judiciales.

Estas prietitas subsaharianas parecen entrar en el tronco de las Izas, según la terminología clásica rescatada por Camilo José Cela. Un curioso libro suyo lleva por título: “Izas, rabizas, colipoterras, purgamanderas y putarazanas”. Alude a los calificativos de las prostitutas, con relación a su antigüedad en el oficio. Izas, aféresis de primerizas, eran las más jóvenes. Putarazanas eran las veteranas, decanas con muchos coitos mercenarios sobre sus espaldas, es un decir.

Las subsaharianas son una inyección de sangre nueva para la bien surtida congregación de prostitutas ejerciendo en Barcelona. Nuestra ciudad parece tener el dudoso honor de ser la urbe con la mayor proporción de actos sexuales mercenarios por habitante. Muchos de los periódicos diarios, aún los más serios, incluyen varias páginas dedicadas a los anuncios de prostitución, con profusión de fotos y sugerencias ocultas tras la curiosa jerga de lo sicalíptico. Lluvias de colores y ósculos carentes de color alternan con edictos acerca de nacionalidades (la griega y la francesa son muy apreciadas) y admoniciones acerca de que ciertos servicios se perpetran a pelo.

En comparación con estas delicias del marketing, la acometividad salvaje de las subsaharianas, palpando por la brava la entrepierna de los paseantes, se nos antoja primitiva y algo patética. Se corre el riesgo de provocar el infarto a más de un provecto viandante que, ignorando la novedad, fuera a comprar unas flores a los puestos cercanos y se viera, de improviso, atacado por una negrita que agarrara su hernia inguinal al tiempo que profería palabras malsonantes (“Tu follar. Tú grande pollo. Yo comerte titola”) de difícil comprensión para un señor respetable.

El peatón puede pensar que la negrita es antropófaga, y que, hambrienta y abalanzada, va a hincarle el diente en plena Rambla de las Flores. El susto no se lo quita nadie. Suerte que, para desengrasar, y aprovechando su aturdimiento, será fácilmente atacado por alguna banda de niños magrebíes, de las que también abundan en las Ramblas. Los infantes, protegidos por toda clase de ONG y sistemáticamente puestos en libertad por cuanto juez presume de trabajar en Barcelona, le darán al viajero una tunda de palos y le despojarán de cuanto de valor pueda poseer. Como no tienen prisa, le registrarán cuidadosamente (mientras los demás transeúntes se apartan y huyen a la carrera) y, con un poco de suerte, hasta le quitarán la hernia inguinal.

Las prostitutas negras, perdón subsaharianas, y los niños moros, perdón, magrebíes, se insultan entre ellos, pero, al fin y al cabo, perros de similares camadas, no se llegan a morder. La prostitución callejera, al menos, tiene la alternativa de la prostitución de salón, anunciada además en la prensa diaria. ¿No podrían propiciarse locales similares para los rateros, tironeros y descuideros?

Si las prostitutas llenan dos páginas, estos podrían ocupar todo un cuadernillo. También por especialidades: carteristas colombianos, descuideras peruanas, asesinos moldavos... Los clientes en busca de emociones podrían acudir, con la ventaja añadida de que no se verían en la tesitura de quedar contagiados del Sida, como es preceptivo en las "casas de masajes". Saldrían con un mal sabor de boca, tal y como sucede tras los coitos mercenarios, o tras cualquier coito al decir de los clásicos (omne animal post coitum est triste: todo animal está triste tras el coito), pero sin temor a que la familia les descubra por el olor.

También les habrán aligerado del dinero, pero, al menos, no habrán tenido que pasearse por la Rambla y sus aledaños (geniales los descuideros de la calle Pelayo) ni soportar las palomas de la Plaza de Cataluña, las que quedan, tras haber sido tomada la plaza por legiones de subsaharianos, varones, que viven y pernoctan en ella y que compiten con los niños por las palomas. Los niños las alimentan con cañamones y los subsaharianos las degluten tras asarlas en las hogueras que apañan con los bancos de los jardines.

La cosmopolita Barcelona, ciudad de acogida, y yo en su nombre, da la bienvenida a prostitutas, maleantes, gentes de colorines e incautos que a ella se acerquen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad yo no me meteria con esas prostitutas de la calle ya que esas prostitutas pueden estar contagiadas de Sida u otra enfermedad contagiosa prefiero las prostitutas de los prostibulos que esta vacunadas pero igual hay poca confianza..