domingo, 4 de octubre de 2009

Barcelona de día


Este sábado hicimos una excursión hasta Montserrat. Santuario de la virgen morena. Benedictinos, la misma orden del Valle de los Caídos. Los de aquí son la quintaesencia de la catalanidad. Los de allá, mascarones del nacionalcatolicismo español. Perros de la misma camada no se muerden. Menea la cola el can, no por tí sino por el pan.

Bin me pregunta acerca de mi querencia por nombrar refranes extraños. Le explico que, en el fondo, son oraciones a Dios. Asiente. Viggo pregunta si en Montserrat hay osos. No, por ahora. Habrá, me dice. Quiere hablar con el que manda en Montserrat para proponerle un buen negocio. Osos del Cáucaso para soltar entre las rocas. Comederos ad hoc en lugares estratégicos, con zonas de observación para turistas. Acondicionarles las cuevas, previa expulsión (o sacrificio) de los ermitaños (escasos) que allí escuchan crecer su pelo. Un buen aliciente en épocas de crisis y pérdida de valores espirituales. Le digo que no colará. Bin también disiente. Prefiere dedicar Montserrat a mezquita mayor de Cataluña el día que los prolíficos magrebíes de origen, e islámicos de religión, superen ampliamente a los escasos catalanes que aún procrean en estos lares, acogotados por los impuestos de los socialistas y por los embustes del PP catalán, el más tardofranquista de todas las españas.

Nos recibe el abad ante el anuncio de la presencia de unos personajes importantes que ofrecen una limosna de cien mil euros, en negro, para la limpieza de la virgen. Viggo le trata con gran pompa, santidad arriba, santidad abajo. Bin le regala una biblia protestante que robó de la mesita del hotel con intención de quemarla.

Pasamos al refectorio invitados a comer. Frugalidad de nueva cocina, recetas asesoradas por Ferrán Adriá (que sospecho ateo). Agua del grifo. Bin pide te y se lo traen. Me dice por lo bajo que vaya te más soso.

Reunión en la sala capitular. Asisten el prior, con cara de dispéptico, y el ecónomo algo ansioso. Ha olido dinero y parece que el pobrete tiene que hacer malabarismos para que los monjes puedan comer caliente cada día. Pasa las noches cuadrando libros de cuentas, que no cuadran, lo que le impide ir a maitines. Otros monjes le critican por su pertinacia en no orar de noche y por no cavar cada día en el huerto.

Viggo les propone el negocio de los Osos, así como darles una franquicia para guardar en sus sótanos ciertos materiales que él exporta a muchos países y que hallarían en Barcelona un perfecto punto de enlace. Ellos, los hombres de Viggo, se ancargarían de todo: horadar los túneles, acondicionar los pasos subterráneos y las naves totalmente fortificadas donde guardar sus materiales. Las ofrecería a los monjes para protegerse en caso de ataque nuclear o de invasión islámica. Bin se parte de risa ante lo que cree un chiste de su amigo. Los monjes ríen también porque están contando dinero mentalmente.

Viggo ofrece también un contable judío, de toda confianza, para llevarle todo al ecónomo, incluso ir a maitines si se tercia. Se hará todo muy rápido, y las obras de los túneles se solaparán con el adecentamiento de la montaña como reserva de osos de la humanidad catalana. De paso apuntalarán toda la montaña para que no se derrumben dos o tres picos cada vez que llueva. Las fotos de la última inundación le incitan a proponer un spa en los hoteles de celdas cabe el monasterio, así como un servicio de naves cohete tierra - tierra, tripulables, para rescatar a los inconscientes que suben al santuario en la época monzónica. Todo es aceptado.

Por la tarde, vuelta a Barcelona. Visita al segundo museo más visitado. El campo del Barça. Unos pocos miles de euros nos allanan el camino y mis invitados pueden saludar a sus correligionarios Keita, Ibraimovich y Abidal. Luego nos invitan al palco, con la flor y la nata de los advenedizos propios de la era Laporta. Su suegro, Echeverría, le confería una leve pátina de abolengo (rama franquista). Pero al separarse de la hija del autarca (hasta aquí puedo leer) le dejaron caer. No parece mal tipo, pero, a su alrededor, los amigos de toda la vida van cambiando la confianza por el odio zoológico y el levantamiento de falsos testimonios acerca de asuntos que, si no fuera porque son inciertos, nada desmerecerían de los que se cuentan de Ronaldinho la nuit.

Gana el Barça con apuros. Salida rápida. Robert nos recoge. Nueva cena en Casa Leopoldo. Surtido de langostas y bogavantes, espardenyes con huevo estrellado, sepia con albondiguillas, regado todo con te blanco supremo del Penedés. Postres variados. Salida triunfal con cánticos regionales caucásicos a voz en grito. Robert nos recoge y amenaza a su jefe con dispararle si no se calla. Viggo se indigna pero calla. Bin se duerme. Subida por las Ramblas, donde Canaletas está reconstruída. Abrazos de despedida y lágrimas de no sé qué (el vino, supongo). Viggo ya no se acuerda de su enfado anterior.

Mañana ya se irán. Me ruegan que avise al guardia civil, que les da una cierta confianza. Así lo hago. Dentro del avión, Viggo abraza al mando y le promete el envío de unas muestras de alguno de sus catálogos. Le mandará un surtido de armas automáticas de última generación, mientras el otro esperará unos tarros de mermeladas caucásicas. Se lo aviso mientras me lleva a la terminal. Me piden un taxi.

Dejo el desbarajuste de estos días, para volver a mi caótica normalidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno. He llegado aquí por casualidad, y me he enganchado un buen ratito a leer.
Yo también llevo una navaja de esas en el bolsillo interior de mi chaqueta.
Un saludo.