miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ya de vuelta



Bin Laden jugando a los bolos ingushos.



Este año, poca broma. Ni siquiera he podido mandar mis crónicas vía web desde Ingusia. Todo estaba bloqueado. Incluso los servidores vía satélite de Viggo fueron saboteados.

Debimos permanecer en la finca, en su valle recóndito. Habíamos llegado vía helicóptero. La carretera (por llamar de alguna manera al camino de águilas que lleva a la parte más alta del valle, cercada por despeñaderos de más de 1000 metros) fue cortada por orden de Viggo, mediante un sutil mecanismo que hace desaparecer unos 20 metros de vía simulando un derrumbe. Una joya de mecanismo con apariencia de total realismo, fabricada por animatrónic.


Mientras tanto, en todo el país se sucedían los ataques y contraataques manejados por varios grupos difíciles de calificar. Por un parte, los rusos y sus títeres, entre ellos el presidente de Ingushetia (medio asesinado en junio). Por otra parte, los separatistas, tipo checheno, aunque infinitamente más bestias. Luego, las mafias (sin patria ni religión) asociadas con todas las mafias rusas (gobierno ruso incluido), georgianas, chechenas, y con corresponsales en cualquier lugar del mundo donde haya mafias. Por último, Al Qeda, que no pierde oportunidad de liarla.

Este agosto, al menos 19 personas murieron y otras 79 resultaron heridas por la explosión de una bomba cerca de la comisaría central de Policía de Nazran, la principal ciudad de la república.  En las regiones rusas del Cáucaso Norte donde la mayoría de la población es musulmana se ha registrado últimamente un incremento de los incidentes violentos. En Ingushetia y Daguestán, que comparten frontera con Chechenia, se han perpetrado ataques contra policías, soldados y miembros de las autoridades casi a diario. 


¿Donde creéis que ha habido más muertos? En Ingushetia, claro.

El miércoles pasado mataron a tiros al ministro de Construcción de Ingushetia, y a finales de junio un juez del Tribunal Supremo fue asesinado. Además, el mes pasado falleció tiroteado el jefe de los equipos forenses ingushetios. Para el presidente ruso, Dimitri Medvedev, estos crímenes constituyen "un intento de desestabilizar la situación en la región". Un lince, el tío.

En casa de Viggo, más bien paz. Viggo no se casa con nadie. Es amigo personal de Putin, pero da la sensación de que le debe más Putin a él que lo contrario.

Aislados y bloqueados en nuestro amplio y valle, organizamos cacerías de soldados rusos (a quienes los ingusos llaman "lémures") y que son acorralados por jaurías de perros, tiradores expertos y águilas mongolas (o kazajas) que los persiguen y los pillan. Las águilas les dan clases gratuitas de vuelo sin motor antes de soltarlos en las aguas bravas o en las rocas duras. Los escasos supervivientes son piadosamente sacrificados (para que no sufran) aunque muchos ingushos les torturan un poco antes de degollarlos. Es su carácter.


Yo no participo en el degüello, aunque no dejo de seguir admirado las evoluciones de las águilas y el empeño que los lémures ponen en intentar la huida. Si pillo alguno, gracias a mis perros, les suelto rápidamente no sin darles una soga para que se ahorquen, cosa que hacen muy pocos. La mayoría son bastante estúpidos.

Uno de los invitados de la casa, permanecía la mayor parte del tiempo en su habitación, con un solo acompañante. No vino con nosotros a las partidas de caza, ni a la interesante observación de osos.

Los osos, por cierto, comen grandes trozos de lémur que -sobrantes del festín de los perros- se les coloca a modo de señuelo para que se acerquen. Los ingushos disfrutan fastidiando a los osos, acercándose a ellos mientras comen y simulando que les quitan la comida. Si el oso se molesta y hace por atacar, el "jugador" le suelta dos bofetadas, le insulta (Oso malo) y, si se siente con ánimos, le agarra de una oreja y lo lleva donde los demás estamos mirando.

La suerte principal es dejárnoslo en medio y salir corriendo para otro lado. Hasta mis perros huyeron despavoridos cuando el oso, garras en ristre, nos corrió a zarpazos y gruñidos. Por suerte Viggo, sin perder la flema, la emprendió a sopapos y gritos de oso malo y, en un momento de distracción, lo empujó por un barranco hacia el río. Mis perros le lamieron (a Viggo, no al oso) con fervor patrio. Luego, disimuladamente, Viggo ordenó destripar y desmembrar al bromista que nos había endosado el oso. Un cuñado suyo, por cierto. Ex-cuñado, vaya.

Por la noche, el invitado misterioso se dejó ver unos momentos, y caí en la cuenta de que era Bin Laden. Viggo me lo presentó. Nada de tonterías, dijo, aquí solo negocios. El Laden es muy educado y gentil con las señoras. Mi esposa le confundió con un pope copto, y le beso la mano mientras se santiguaba. El hombre, perplejo, mostró su elegancia echándole una bendición y controlando educadamente sus deseos de apuñalarla.

A fin de mes, excursión de vuelta por el camino infernal. Los vigías dieron paso, y la sima se recompuso el tiempo suficiente para pasar los coches. Intercambio de tarjetas con Bin Laden (que me prometió venir a Barcelona para las fiestas de la Merced) y emocionante despedida de mis perros con las águilas mongolas, que ya se sabe que tienen una relación muy exótica y ardiente. Si nace algo, creo que me moriré del susto.

Pasos de montaña hacia Chechenia que, por contraste, parece una tierra de pastores acogedores. Unos bandidos chechenos, bien pagados por Viggo, nos acompañaron hasta Ankara, via Georgia. Sé que, después de dejarnos en el aeropuerto volvieron a sus tierras tras robar los aparatosos "Hummer" de Viggo. Sé también que no llegaron muy lejos, pues los coches, tozudos en su programación, volaron por los aires con los chechenos hechos una especie de niebla de color rojo mezclada con polvo, sudor y hierro. No se perdió mucho, pues el dinero que Viggo les había dado era, naturalmente, falso.

Os contaré lo que me he encontrado en Barcelona a mi vuelta. Será mañana.


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